En cierta ocasión, cuando me invitaron a dar una charla a un grupo de niños sobre la santidad, pregunté al primer niño que tenía al frente: ¿Te gustaría ser santo? Se me quedó mirando y dudó dar su respuesta, pero al final me dijo: No, porque es muy aburrido.
No me extrañó su respuesta porque también hay muchos adultos que piensan que ser santos no es para ellos, que eso, sólo se da en personas que han llevado una vida perfecta, llena de abnegación y paciencia para con el prójimo. Al menos eso es lo que la mayoría de los sacerdotes y religiosas nos han hecho creer, al final es así, pero al final de la vida y no desde el inicio de la vida. La santidad es algo que se va conquistando poco a poco, claro está, basta quererla y pedir a Dios su gracia para conquistarla.
Los que han escrito sobre el tema, como es el caso de Frances Torralba y Danah Zohar, nos explican que la espiritualidad puede comenzar a desarrollarse desde la infancia, pues es precisamente en esta etapa cuando se pueden llegar a tener experiencias espirituales de manera natural, pero a veces nosotros como padres y educadores no estamos atentos a ello. Veamos algunos ejemplos:
Las preguntas incomodas, son aquellas preguntas que los niños hacen para encontrarle el sentido a la vida, saber quiénes son, de dónde vienen y cuál es la misión que tienen en la vida. Por ello, nos encontramos con tantas preguntas de ¿Por qué? ¿Para qué? y ¿en dónde? Por mencionar algunas. Los niños en su poca experiencia de vida y sin teorizar tanto, preguntan para saber, y una pregunta les lleva a otra y otra, y cuando nosotros como educadores nos cansamos o su pregunta nos hace dudar porque no tenemos la respuesta adecuada, les pedimos que guarden silencio que no pregunten más, bloqueando de esta manera -y a veces para siempre- el intento por buscar el sentido a su vida.
Viktor Frankl, en su obra El hombre en busca de sentido, nos hace ver que cuando un ser humano no tiene un para qué, vive en una vaciedad y difícilmente puede llegar a superar las adversidades, lo cual es un factor común en los hombres y mujeres santos.
Un segundo factor para desarrollar la espiritualidad infantil es la capacidad de maravillarse, de sorprenderse de aquello que nos rodea, de contemplar nuestro entorno. Los niños con mucha facilidad se sorprenden y lanzan un wow cuando ven estallar en el cielo los fuegos artificiales, cuando ven de cerca un avión o en el zoológico al gran tigre. Para ellos es fácil sorprenderse y maravillarse de lo que a nosotros los adultos nos parece tan natural y ordinario. Por ejemplo, como adulto, cuántas veces te has detenido a observar los colores y la forma de una flor, o a deleitar tus oídos con los cantos de un pájaro. Vemos las flores de manera rápida y escuchamos los pájaros sin poner atención y gozar de sus trinos. Y si nos preguntamos por qué dejamos de hacerlo, para algunos la respuesta puede ser “para que no se burlen de mí” o “porque tengo prisa y no hay tiempo para ello”.
A veces nos preguntamos ¿Qué hace un religioso o religiosa tanto tiempo delante del Santísimo Sacramento? ¿Qué ven que nosotros no podamos ver? ¿Qué contemplan que nosotros no podamos? Para ellos, lo que contemplan no es un pan en forma de oblea comestible, sino que tienen la capacidad de contemplar el Misterio presente, maravillarse como nuestro Dios pudo realizar semejante milagro de quedarse y servir de alimento para nosotros.
Todos los santos, han llegado a contemplar, a ver más allá, a maravillarse de lo que tienen en frente. Sólo de esta manera pueden entrar en contacto con Dios, establecer una comunicación con Él y confirmarse que siempre está presente en la vida de cada uno de ellos.
Es importante que la Escuela Católica y los padres de familia se den cuenta que la espiritualidad infantil comienza con elementos sencillos y espontáneos, y que no es necesario que obliguemos a los niños a aprenderse de memoria muchas doctrinas, esto vendrá después. Importante es que les ayudemos a desarrollar lo que Dios de manera natural ha puesto en sus vidas: Encontrar sentido a la vida y maravillarse para contemplar.
La formación espiritual debe ser más un asunto de la experiencia que de la teoría.
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