Respetar a nuestros padres, no robar, no mentir, no levantarle un falso a otra persona, etc., los identificamos como preceptos de la Ley de Dios, y debemos tenerlos siempre en nuestra memoria, sin embargo, para los no religiosos, éstos no son otra cosa que valores que la persona tiene y le permiten vivir en paz con ellos mismos y los demás.
Tal vez la pregunta que te surja en este momento es, ¿Cómo se los enseño a mis alumnos, como valores o como mandamientos de la Ley de Dios? Me parece que esta pregunta no debería de significar ninguna confusión para nadie y menos para un profesor de la Escuela Católica.
Lo que a veces sucede es que los mandamientos los vemos y los sentimos tan sagrados -y no quiere decir que no lo sean- que tenemos miedo de tocarlos y que a veces ni cumplirlos podemos. Y sí, también los vemos como valores, pero esto puede resultar aún más complicado, porque nos lleva a preguntarnos ¿Qué clase de valores o para quiénes resultan ser un valor? Porque sobre todo en nuestros días, la palabra valor tiene un sentido polisémico, que caemos en la tentación de que cada uno le dé el significado que más le convenga.
Para los que nos dedicamos a la educación, esto en cualquier institución educativa, pero sobre todo en la Escuela Católica, al educar en los valores nos referimos a los principios que todo ser humano adquiere para ser mejores personas. Por lo tanto, los valores de una persona deben identificarse en las cualidades que cada individuo posee, que lo conduce a comportarse de una determinada forma y de esta manera llega a establecer sus prioridades de vida.
Un valor llega a condicionar las actitudes de la persona, y la forma en la que ésta se relaciona con los demás adoptando comportamientos determinados, firmes y no ambiguos.
Como hemos comentado los valores nos ayudan a ser mejores personas, y en efecto, eso es lo que Dios quiere para nosotros. Por lo tanto, cuando enseñamos los mandamientos de la Ley de Dios, estamos también enseñando valores y si reflexionamos un poquito más en profundo, también estamos formándonos como mejores personas religiosas.
La doctrina religiosa no debe nunca enseñarse como mera teoría, repetitiva y de memoria -como me tocó aprenderla a mí de pequeño-. La doctrina religiosa, está ligada con la vida misma, con el día a día, con ser mejores personas, porque Dios así nos pensó y así nos quiere.
Aprender que los Mandamientos de la Ley de Dios, los siete Sacramentos, los Mandamientos de la Iglesia, los pecados capitales, veniales y mortales no se memorizan para pasar un examen, para cumplir un currículo estudiantil o recibir un sacramento, sino que son para la vida misma que nos ayuda a ser mejor personas, a adoptar comportamientos firmes y no ambiguos ante situaciones que en el momento parecen convenirnos. Se trata de vivir en coherencia la vida con respecto a la fe.
La Escuela católica y sus docentes deben de estar comprometidos con una formación religiosa que ofrezca sentido a la vida con uno mismo, a la vida con los demás y a una relación sana con Dios.
Antes de despedirme, me gustaría dejarte una pregunta para que la reflexiones: ¿La doctrina religiosa que aprendemos en la escuela, de verdad ayuda a ser mejores personas a nuestros alumnos? Si tu respuesta es sí, te felicito, sigue adelante, porque nuestra sociedad necesita a personas como tú y tus alumnos, pero si has dudado, no te asustes mucho, aún es tiempo de redirigir la formación y abandonar sólo la memoria y los complicados exámenes de la clase de religión. Estoy seguro, que podemos formar mejores personas, conscientes de su fe, de su relación con Dios, con el prójimo y conscientes de sí mismos.
Enhorabuena, maestros, construyamos la sociedad desde la fe.
Añadir nuevo comentario