Hace un buen tiempo llegó a mis manos un libro titulado Una fe más allá del resentimiento, el cual me ayudó a entender mis conflictos contra Dios, contra mis padres, mis hermanos y contra mí mismo.
James Alison (2003), autor del libro arriba citado, en su prólogo nos pone delante de los posibles razonamientos y sentimientos que José pudo haber tenido después de haber sido vendido por sus fratricidas hermanos y que, ahora encontrándose en una posición privilegiada en el país de Egipto hace por él la siguiente pregunta: ¿Cómo voy a lograr que mis hermanos compartan esta abundancia que se me ha dado? ¿serán capaces de recibir todo lo que quiero darles? Me supongo que no es fácil querer compartir lo que se ha llegado a ser y lo que se tiene, después de que los propios hermanos han confabulado en su contra, ¿Cómo es que José ha podido llegar a no desear una venganza en contra de ellos? ¿Cómo es que después de haber sido apartado de su padre, vivir una sentencia en una prisión extranjera, él quiera ser generoso con sus hermanos?
Quiero partir del supuesto -el cual es muy humano y entendible- que después de haber sido vendido como esclavo, difamado y encarcelado José se encontraba resentido no sólo con sus hermanos, sino también con la mujer de su amo y con el amo mismo, y esto bien pudo haberle llevado a sentir rencor en contra de ellos. Quiero entender que la respuesta la podemos encontrar no sólo desde la fe, sino que, también tuvo que hacer un trabajo personal que le ayudó a destrabar su conciencia, como un proceso que le lleva a lo que ahora llamaremos habitar desde dentro.
Habitar desde dentro, es un acto de introspección en tu interior, allí donde suceden las cosas, en la parte más íntima de tu persona, dónde nadie ni nada puede entrar sin que tú le des permiso y dónde sólo tú y Dios conoce lo que hay. Tratar de revisar una y otra vez, el por qué y para qué han sucedido las cosas, cuál es la utilidad de lo que se está viviendo ahora; cómo esto te ayuda a vivir en paz y en la presencia de Dios.
Habitar desde dentro es tomar la conciencia de ser amado, conciencia que permite a cada uno vivir la libertad interior para decidir si quiero o no dirigir el resentimiento hacia los demás convertido en venganza o concebir el deseo de perdonar como un don que humaniza a uno mismo y a los otros. Y cuando por fin nos decidimos, a veces no sabemos cómo podemos lograrlo. En mi humilde parecer, creo que debemos comenzar por los siguientes aspectos importantes y necesarios.
El primero es tomar conciencia de sabernos limitados, al reconocer la propia pobreza se comienza a dar espacio para dejar que la gracia de Dios opere en nosotros y con ella, sostener nuestros buenos deseos e intenciones por ser perfectos, los mejores y a los que nadie puede reprocharle nada. Recordemos las palabras de Pablo: porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2ª. Cor. 12,10) y de Santa Teresita del Niño Jesús, agrandarme es imposible, tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones, pero quiero buscar la forma de ir al cielo (Historia de un alma, pp. 156). Esto nos lleva a darnos cuenta de que Dios no me ama por lo perfecto que puedo ser, ni todo lo bueno que puedo ser, Él me ama porque ha decidido amarme, así real como soy y no como la persona idealizada que a veces pienso ser.
Al ponerme así delante de la otra persona, de quien voluntaria o involuntariamente pudo o me hizo daño, no me queda otra opción desde mi honestidad interior, de reconocerlo y reconocerme delante de él. Tal vez, así como el otro falló, también yo pude haber fallado y es entonces, cuando nuestra debilidad, nuestra fragilidad comienza a adquirir la fuerza para dejar ir dejando el rencor y dar paso a la paz interior.
Un segundo elemento es no esperar que todo fluya según nuestros deseos, porque no es de allí de donde proviene la paz interior. Nunca vendrá de las cosas exteriores, del buen o mal manejo que el otro haga de su libertad, la cual no podemos ni nos toca controlar. Muchas veces tenemos la creencia que si nosotros somos amables el otro también tiene que ser amable, y si no lo es, viene la frustración que conduce al enojo y al rencor. No está mal desear que los otros nos otorguen lo que necesitamos o deseamos, pero no podemos exigirles que nos los dé, sí sucede está bien y nos alegraremos por ello y debemos tomarlo no como un merecimiento propio, sino como un don gratuito, un regalo que se nos ha querido dar. Tomar la vida y las relaciones con los demás de esta manera, ayuda a habitar desde dentro, a no albergar resentimiento, es confirmar que nuestra paz interior, no depende de las cosas externas, sino sólo dependerá de la fe y confianza que depositemos en Dios y en nosotros mismos.
Un tercer elemento es perder miedo al sufrimiento, cierto que el sufrimiento no proviene de Dios y no es el causal del sufrimiento, por lo tanto, la naturaleza propia nos hace huir del sufrimiento. Todo el Evangelio nos narra las acciones que Jesús hizo para quitar el sufrimiento del ser humano. No es bueno que el hombre sufra. Y entonces ¿Cómo entender eso de perder el miedo al sufrimiento? Yo he entendido que existen dos tipos de sufrimientos, uno que es inútil, y es aquel que proviene de la toma de las malas decisiones, por ejemplo en Jonás al huir estaba manifestando su rencor -decisión personal- hacia el pueblo de Nínive y en José el sufrimiento fue causado por la envida de sus hermanos -decisión de ellos- y esto se puede evitar. El segundo tipo de sufrimiento es aquel que proviene de dignificar la vida de otro, es decir, de tus decisiones porque la vida del otro sea digna. Las contrariedades, críticas, señalamientos, juicios e incluso acciones que otros tomen contra ti por causa de dignificar la vida de los demás, a ese sufrimiento no hay que tenerle miedo.
Cuando asumimos la vida con estos cuatro elementos, me parece que al final, acogeremos nuestra vida como una misión otorgada por Dios, libre y sin resentimientos, dispuestos a vivir y ayudar a vivir con plenitud, es decir, nuestra vida estará vivida de acuerdo al Evangelio.
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