Una frase que tenemos muy interiorizada, pero que en muy pocas ocasiones cumplimos, es la de “no hagas lo que no te gusta que te hagan”. Una oración profunda, con mucho trasfondo moral y educativo que incluso ha sido considerada como Regla de oro, aunque en el momento de la práctica, se torna vacía y pierde significado frente a nuestros actos.
La presencia de la Regla de oro, según estudios, viene del año 3000 A.C. de la tradición védica de la India, que cita “No hagas a los demás, lo que no quieras que te hagan a ti, y desea a los demás lo que desearías y esperarías para ti mismo”.
Incluso los derechos humanos tomaron esta frase para actuar de acuerdo con sus principios. Algunos, pueden verla como algo superficial pero esta se fundamenta, básicamente, en el respeto hacia el otro.
Uno de los recursos para enseñar esta regla de oro y otros valores a los niños son las fábulas. Generalmente protagonizadas por animales que tienen cualidades humanas de los que se extrae una lección de vida. En ocasiones, estas lecciones pueden ser entendidas con mayor facilidad y puestas en práctica cuando las escuchan a través de cuentos e historias. Por eso, esta ocasión te compartimos la fábula “El zorro y la cigüeña”, que enseña que no hay que reírse de los demás, ni hacer a otras personas, lo que no queremos para nosotros.
El zorro y la cigüeña
Fábula de Esopo
Versión de Paola Artmann
Al zorro le encantaban las bromas pesadas y quiso gastarle una a su amiga la cigüeña. Un día la invitó a cenar a su casa y la cigüeña aceptó con mucho agrado. La cigüeña se presentó a la hora acordada y tras conversar un buen rato, se dirigieron al comedor.
El zorro había preparado una deliciosa sopa, pero la sirvió en dos platos muy llanos. La cigüeña apenas pudo probar la sopa con la punta de su largo pico. El zorro, entre risas burlonas, se tomó toda la sopa y al final se lamió y relamió el plato.
La cigüeña pronto se dio cuenta de la broma de mal gusto que le estaba jugando el zorro. Sin embargo, disimuló su enojo. Al despedirse, dio las gracias al zorro dejándole saber que estaba invitado a almorzar a su casa al día siguiente.
El zorro se presentó en la casa de la cigüeña. Al entrar, sintió un olor exquisito que le hizo agua la boca y lo llenó de emoción. Pero la emoción le duró poco, porque el guiso que había preparado la cigüeña le fue servido en un jarro muy largo y de cuello estrecho. La cigüeña alcanzaba fácilmente el guiso con su pico, pero no el zorro con su hocico ancho y corto. El zorro, muy avergonzado, se marchó con el rabo entre las patas.
Si durante el tiempo que pasan nuestros niños y niñas en el aula aprovechamos para cultivar los valores, podemos hacer del mundo un espacio seguro y de disfrute para todos.
Espero que esta entrada del blog te haya gustado y te sirva para planificar experiencias que les lleven a comprender y practicar la ley de oro, y armar así una cadena de respeto, hacia una sociedad más pacífica y despierta.
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