El objetivo del aprendizaje colaborativo es primordialmente, que los estudiantes aprendan de forma más eficaz. Ahora bien, fomentar una interacción que facilite este aprendizaje es una de las ventajas que nos ofrece el establecer un conjunto de normas o reglas básicas, las cuales orientarán la conducta de los estudiantes.
¿Qué características tienen las reglas colaborativas?
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Ser pocas: Para ello debemos centrarnos en los aspectos importantes a mejorar, además de irlas adaptando en función de las necesidades que se presenten.
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Planteadas en positivo y en primera persona del plural. Más que enfocarse en lo que no se debe hacer, los estudiantes necesitan saber que sí pueden hacer. La redacción en plural alude a que la responsabilidad de lograrlo es compartida.
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Claras y concretas. Si esto no se cumple, entonces lejos de ayudar implican otro problema a gestionar en la clase.
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Realistas y accesibles. “Pedirle peras al olmo” nos complica la vida a los profesores, además en el grupo se percibe un ambiente de poca confianza hacia la normativa. Seguramente habrá conductas más básicas que dominar aquellas inalcanzables.
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Comprensibles. No sólo en cuanto a qué implica la regla sino a cómo y cuándo cumplirla y el propósito que tiene.
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Comprobables. Como veremos más adelante, no es suficiente con dar las normas, hay que revisar que se cumplan, por tanto el enunciado debe plantear conductas en contextos determinados que se puedan verificar.
¿Quién establece el reglamento colaborativo?
Como en toda normativa, lo ideal es que participen todo los involucrados, en este caso: alumnos y profesores.
Se aspira a que el reglamento sea por grupo, no por profesor, por tanto las normas tendrían que ser consensuadas entre todos los docentes que trabajen de forma colaborativa con ellos. Esto motivará un mayor compromiso para crear las condiciones necesarias para que se cumplan, además de facilitar el seguimiento para su implantación.
La participación de ambas partes de la comunidad educativa propicia una mayor aceptación y comprensión de las reglas establecidas, por lo que la responsabilidad compartida será mayor.
¿Qué normas se deben poner?
Las necesarias. No existe la respuesta única para esta pregunta, lo que sí es que debemos tener presente que no hace falta regularlo todo, porque tampoco podemos dar seguimiento a todo y que las necesidades de un nivel educativo o de un grupo con o sin experiencia colaborativa exigirán normativas distintas. Por otro lado, el reglamente no es estático ni se graba en piedra, así que siempre hay oportunidad de enriquecerlo, mejorarlo o transformarlo.
Partamos de reconocer qué conductas presentan nuestros estudiantes que representan obstáculos para el trabajo y aprendizaje colaborativo. La meta será que, poco a poco, las reglas que establezcamos les ayuden a superar esas dificultades. Se trata entonces de priorizar, de seleccionar las más básicas y una vez que ya hayan interiorizado esa conducta, agregar nuevas reglas que abarquen nuevas conductas.
Un referente útil pueden ser las destrezas colaborativas, esas habilidades que coadyuvan a que el trabajo colaborativo fluya mejor, por ejemplo: mantener un nivel de ruido adecuado, respetar turnos, gestionar el tiempo, llegar a acuerdos, etc.
Francisco Zariquiey nos propone una guía inicial de doce normas, las cuales habría que secuenciar según las necesidades de nuestro grupo, para después seleccionar aquellas con las que empezaríamos. Siempre recordando que en esta labor deben participar todos los docentes del grupo y los estudiantes.
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Ponemos atención al profesor cuando lo solicita.
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Mantenemos un nivel de ruido adecuado.
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Participamos en las actividades.
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Respetamos las distintas modalidades de trabajo: uno – dos – cuatro.
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Realizamos las tareas propuestas en el tiempo establecido.
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Cuando necesitamos ayuda, acudimos a los compañeros antes que al profesor.
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Cuando nos piden ayuda, dejamos de hacer lo que estamos haciendo y ayudamos.
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Ayudamos dando pistas.
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Respetamos el turno de palabra.
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Cumplimos con nuestros roles y respetamos los de los compañeros.
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Intentamos llegar a acuerdos y consensos.
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Aceptamos y cumplimos con las tareas que nos encomienda el grupo.
Para finalizar, contemplemos que establecer o seleccionar las reglas es solo el primer paso para su implementación. En un segundo momento habrá que operativizar cada una, es decir, explicar cómo y cuándo se cumplirán tanto por parte del profesor como por los alumnos. Por ejemplo, para la regla “ponemos atención al profesor cuando lo solicita”, habrá que establecer la señal que demanda esa atención, tal vez ambas manos arriba o mano derecha en la cabeza. Por su parte, los estudiantes tendrán que dejar de hablar, de escribir y dirigir la mirada hacia el maestro, podríamos agregar que ellos hicieran la misma señal que el profesor.
Así reiteramos que la experiencia del aprendizaje colaborativo como tal es un proceso paulatino que requiere aprenderse, no es una acción aislada sino un conjunto de decisiones y compromisos secuenciados en donde lo importante no es abarcar todo sino que aquellas acciones que vayamos implementando, realmente se hagan con cuidado y profesionalismo.
Referencia:
Zariquiey, F. (2019) Cooperar para aprender. Transformar el aula en una red de aprendizaje cooperativo.
SM: Biblioteca de Innovación Educativa.
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