Recientemente hemos escuchado hablar de forma reiterada de las metodologías activas: Método de proyectos, STEM, aprendizaje servicio, aprendizaje basado en problemas, etc.
Pero
¿Cuál es la esencia de estas metodologías?,
¿Son las únicas para promover un aprendizaje significativo?
El aprendizaje activo no se trata simplemente de hacer cosas o de construir un producto, sino de estar verdaderamente comprometido pensando en lo que se aprende. Imagina leer un texto y que cada palabra cobre vida en tu mente, haciendo conexiones con tu vida, generando preguntas y desencadenando una avalancha de ideas. Eso es el corazón del aprendizaje activo.
Por tanto, el aprendizaje activo no se trata de que los estudiantes estén dando saltos y piruetas en clase, sino de que sus mentes estén en constante actividad cognitiva. Leer puede ser una experiencia activa si cada palabra se convierte en un trampolín para el pensamiento: reflexionar sobre su significado, buscar ejemplos relacionados, sopesar las consecuencias y aplicar esos conocimientos a situaciones cotidianas. Es como tener una chispa de curiosidad que ilumina cada rincón de nuestro cerebro.
Sin embargo, no podemos asumir que todos los estudiantes serán activos cognitivamente de forma espontánea. Como docentes, tenemos la responsabilidad de guiarlos hacia este enfoque de aprendizaje. Necesitamos algo más que simplemente proporcionar ejercicios o conocimientos para ocupar el tiempo de clase; debemos plantear procesos y actividades que los motiven a pensar por sí mismos, promover la reflexión y el análisis profundo.
Pensar es el engranaje clave del aprendizaje. Cuando conectamos nuevos conocimientos con lo que ya sabemos, se produce una sinergia que lo consolida. Dar sentido a lo que aprendemos es el poder que nos permite retener y aplicar esos conocimientos en múltiples contextos. Si los estudiantes empiezan a dar ejemplos, justificar, explicar, comparar, contrastar, aplicar y analizar, están activos cognitivamente, por tanto, están aprendiendo, ¡entonces estamos en el camino correcto!
Por supuesto, esto no sucede automáticamente. Es aquí donde entramos nosotros, los educadores, para fomentar un aprendizaje activo mediante actividades estimulantes que despierten la reflexión y el análisis. He aquí una diferencia entre enseñar y promover el aprendizaje.
La metodología de proyectos, el aprendizaje por indagación o el aprendizaje servicio son algunos de los caminos para favorecer esta interacción constante con el contenido. Estas metodologías les brindan más oportunidades para interpretar y aplicar en diferentes situaciones el conocimiento, lo que los llevará a un nivel de abstracción y comprensión más profundo.
El aprendizaje ocurre en el cerebro de cada estudiante. Nuestro papel como docentes es influir en la mente del aprendiz, guiarlo en sus acciones y, sobre todo, en sus pensamientos.
Entonces, la próxima vez que te enfrentes a planear tu clase o cuando entres en el aula, recuerda que tienes el poder de despertar la mente de tus estudiantes, de encender la chispa de la curiosidad. El aprendizaje activo es el camino hacia la comprensión profunda y la transferencia de conocimiento.
¡Estamos creando pensadores críticos y creadores de conocimiento!
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