La lectura es transfusión de sangre, shock eléctrico, posesión…dice el escritor y traductor, Alan Pauls, agrega que leer es una especie de adicción feliz, sin efectos colaterales y además, una práctica sigilosa. Si leer es algo tan potente y grandioso, entonces cómo es posible que los docentes batallen para “hacer” leer a sus alumnos; más de uno ha manifestado que sus alumnos tienen bajo nivel de comprensión lectora y desinterés. El asunto, sin duda tiene varias aristas, y podríamos abordarlo desde varios puntos, tratemos de reconocer la importancia del docente en la formación de lectores, ¿Qué hace o ha dejado de hacer el docente?, ¿Qué podría hacer para revertir la situación de que el alumno lector sea la excepción y no la regla?
Se publicó un reportaje estadounidense que llamó la atención a varias personas interesadas en el tema; me refiero a Los estudiantes universitarios de élite que no saben leer libros, de la periodista Rose Horowitz, quiero hacer referencia a un par de fragmentos que llamaron mi atención en relación al papel del docente ante la situación de la lectura descrita en las entrevistas a docentes y alumnos de una institución universitaria. Tal reportaje me generó más preguntas que respuestas, mi propósito es exponer la situación y que cada docente reflexione las respuestas de acuerdo al contexto donde labora.
Lo primero que llamó mi atención es el siguiente testimonio: "Me quedé boquiabierto", me dijo Dames. La anécdota ayudó a explicar el cambio que estaba viendo en sus alumnos: no es que no quieran hacer la lectura. Es que no saben cómo. Las escuelas intermedias y secundarias han dejado de pedirles que lo hagan. ¿Por qué?, fue lo primero que me pregunté, a qué se debe que un docente haya dejado de pedirle a sus alumnos que lean, y por tanto dejar de lado el proceso lector que en sí mismo es una práctica, un ejercicio sigiloso y en progreso. Recordé cuando me leían a mí, el tiempo y la situación en la que me leían, y el efecto de esa experiencia, que es muy grata e increíble si uno la piensa. Cuando sucede, es fácil darla por sentada pero no es obvio que eso pase por natural, y me parece que de esos tiempos depende mucho la relación con los libros y con la lectura. Han dejado de pedirles que lo hagan, dice el entrevistado refiriéndose a los docentes, y es en este punto donde podemos detenernos y preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo respecto a la lectura?, ¿Qué he dejado de hacer?, ¿Cómo planear las lecturas en clase?, ¿Qué objetivos perseguir?, ¿Para qué exigencias estoy entrenando a mis alumnos en clase?, ¿Estoy midiendo sus competencias lectoras?, ¿Conozco su nivel de lectura?, ¿Trabajo en pro de un avance de su proceso lector?. El trabajo de lectura es una situación peculiar, es pasiva pero a la vez produce plenitud, expansión y una especie de euforia que al experimentarla conmueve mucho porque la lectura de literatura es un desafío al conocimiento humano y a la inteligencia.
El reportaje muestra testimonios de estudiantes que se frustran por no entender los textos complejos, lo cual puede llegar a producir impotencia, desinterés y desánimo. Como docentes sabemos que la atrofia y la apatía viajan juntas porque se retroalimentan una a una. Tomar conciencia del problema para dar solución a ésta situación nos obliga a examinar cómo están mis alumnos y qué actividades puedo proponer para mejorar ese nivel lector.
Muchas veces, al terminar un libro me pregunto: ¿Cómo algo tan pequeño, tan portátil, y tan frágil, puede abarcar tanto?, he detectado que si creemos que el hábito de la lectura es algo innato, la cosa no cambiará mucho, pero si consideramos la lectura como una actividad que tiene que ver con los estímulos, encontraremos formas, ideas y propuestas que nos ayudarán, y partiremos de lo posible. La lectura es la primera experiencia cultural, en ella encontramos elementos ligados a culturas, a tradiciones, historias, sociedad y civilización que se preservan en el libro.
“Lit Hum suele exigir a los estudiantes que lean un libro, a veces uno muy largo y denso, en solo una semana o dos. Pero la estudiante le dijo a Dames que, en su escuela secundaria pública, nunca le habían pedido que leyera un libro completo. Le habían asignado fragmentos, poesía y artículos de noticias, pero ni un solo libro de cabo a rabo.”
Algunos profesores consideran que algunos estudiantes están a la altura de la tarea, pero los describen como “ahora más excepciones” que la regla, mientras que otros “se bloquean” cuando se enfrentan a textos difíciles. “No es que no quieran leer”, dijo, “es que no saben cómo hacerlo. Las escuelas secundarias y preparatorias han dejado de pedírselo”. A nadie extraña ver alumnos con vocabulario limitado y con menor comprensión de lo leído; sabemos que menos palabras es igual a menos ideas y menor comprensión. Entonces, ¿Hay que luchar contra esta tendencia o simplemente adaptarnos a ella, y dejar textos fáciles, cortos, capítulos o fragmentos de libros?, ¿Hay que exigir y responder ante la problemática como escuela y docente?, y respondernos ¿Qué hacer para qué las cosas cambien? y no solo lamentarse por lo mal que está todo y encontrarnos con testimonios de estudiantes que padecen la falta de exigencia en los primeros años escolares.
Horowitch informó cómo una encuesta reciente del Centro de Investigación EdWeek, a unos 300 educadores de tercero a octavo grado, encontró que “solo el 17 por ciento dijo que enseñan principalmente textos completos”, y casi el 25 por ciento dijo que “los libros completos en sí mismos ya no son el foco de su currículo’. Tras entrevistar a 33 profesores de diferentes universidades norteamericanas, el reportaje citado concluye que cada vez menos matriculados son capaces de leer un libro: y no porque no quieran, sino porque no pueden. El motivo principal dice el artículo es “la falta de concentración, la sobreestimulación provocada por los smartphones, la intolerancia al aburrimiento, la falta de voluntad y el llamado «multitasking», ya hacen difícil que un joven vea un capítulo de una serie sin mirar a la segunda pantallita; figúrense si tiene que leerse «La montaña mágica» o «Moby Dick». Y añadiría que quizás hemos reemplazado lecturas completas por fragmentos, hemos cedido espacio que antes lo ocupaba la lectura y la conversación. “Leer libros, incluso por placer, no puede competir con TikTok, Instagram y Youtube”, dice otro de los testimonios recogidos en el reportaje. Y, lo más preocupante, como concluye el artículo, no es el presente y futuro de la industria editorial, sino nuestro porvenir en general.
Para terminar, solo quisiera recordar lo que Daniel Cassany, dice sobre la importancia de enseñar a leer: “vivimos en una comunidad letrada donde se necesita la lectura y escritura para poder vivir en el mundo actual y llevar una vida normal. Para almacenar el conocimiento humano y acceder a este conocimiento, para participar en el conocimiento y comprender el mundo necesitamos saber ir adelante y atrás de la lectura, dedicar horas a leer y escribir, lo que nos permite desarrollar el razonamiento y las formas de pensamiento superiores. Cuando menos capacidad de leer tienes, más dificultad tienen para poder acceder al conocimiento y el desarrollo en la cultura”. La lectura y la escritura es una tecnología que va cambiando según la época y circunstancia, pero que es indispensable para la humanidad entera, es de esas actividades que generan círculos virtuosos para las sociedades.
Leer es importante, como dice el escritor Orhan Pamuk, un día leí un libro y toda mi vida cambió.
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