Al igual que en todas las criaturas, la curiosidad es –también– una cualidad innata en los niños. Incluso desde antes de nacer, nuestros hijos ya sienten la necesidad de indagar todo lo que los rodea e interaccionan con su entorno y con su propio cuerpo.
Cuando nacen, se abre ante ellos un nuevo mundo por descubrir. La curiosidad implica motivación e interés, factores indispensables para que los pequeños deseen aprender más y más.
Nuestro papel como padres es poner a disposición de estos pequeños investigadores todo lo necesario para que no pierdan la capacidad de asombro, motor del aprendizaje y el descubrimiento.
Intereses intensos
«Se sabe todos los modelos de coches.» «Es capaz de nombrar más de 15 dinosaurios diferentes.» «Puede decir de memoria todos los planetas, y eso que no lo ha dado en el cole.»
Esto que nos resulta tan asombroso a los adultos es lo que los científicos denominan «intereses intensos», un afán desmedido por conocer todo sobre un tema: los medios de transporte, los planetas o… los animales.
Nuestros hijos, sin apenas levantar un palmo del suelo, se pueden convertir –gracias a su curiosidad– en «expertos» de alguna materia y reclamarnos exclusivamente libros, películas, juguetes… relacionados con ese tema.
Lo que a nosotros nos puede parecer una obsesión, para ellos es una manera de fortalecer la confianza en sí mismos, pues conocen cosas que la mayoría de las personas no sabemos.
Este hecho mejora también su capacidad de atención y es un acercamiento a pequeña escala a los procesos de investigación. Lejos de frenar su interés por algún tema, debemos aprovechar esta motivación para acompañarlos en el camino de su autoaprendizaje. Podemos visitar museos, ver documentales o poner a su disposición libros sobre temas concretos con los que ampliar su curiosidad.
Menudos bichos
¿Cuántas veces es más alta una jirafa que un hombre? ¿Por qué los osos panda son blancos y negros? ¿Cuánto tiempo puede estar un hipopótamo bajo el agua?
Nuestros hijos aprendieron a decir «muuu» y «beeee» antes que «mamá» o «papá». Y es que, si nos fijamos, veremos que desde bebés están rodeados de animales: en sus primeras sábanas, sus primeros juguetes y peluches, en los cuentos… Sus primeras canciones es posible que también estuvieran protagonizadas por un animal.
No es extraño, entonces, que aprender cosas sobre los animales les llame la atención. Es el momento de que descubran cómo son los animales.
Un paseo por el mundo
«Con un libro es posible dar la vuelta al mundo sin movernos del sofá.» «Es el momento de comprender que formamos parte de algo tan grande como el mundo.»
Cuando nuestros hijos son pequeñitos, debemos poner a su alcance libros en los que puedan identificar su cotidianeidad más cercana. Historias que hablen de ellos y de protagonistas que hacen cosas como ellos.
Un poco más adelante, su círculo se amplía a la relación con los padres y hermanos. La casa, el parque y el cole despertarán ahora su interés. Después ya están preparados para el gran salto: ellos frente al mundo.
Es el momento de viajar sin billete y descubrir cuán grande y diverso es nuestro planeta. Los libros los llevarán ahora a otros lugares para conocer cómo se vive en los diferentes continentes, qué razas los habitan, qué paisajes los forman.
El espacio infinito
¿Por qué no vemos las estrellas durante el día? ¿Por qué no podemos respirar en el espacio? ¿Por qué pesamos menos en la Luna? ¿Cuánto dura un día en Marte?
Cuando hablamos del universo, nos referimos a todo lo que existe: planetas, estrellas, galaxias, espacio, tiempo… Hay tanto por conocer y explorar que un solo libro no será suficiente para saciar la curiosidad de los más pequeños.
Una vez que nuestros hijos descubran estos libros, tendrán en sus manos todos los secretos de la Tierra y el universo.
A partir de la astronomía, nuestros hijos pueden aprender nociones de física, química, matemáticas y biología. Es el momento de salir a la calle, buscar un lugar sin luz y mirar al firmamento. ¡Allí arriba hay un mundo por descubrir!